Es la primera vez que el mítico avión llega a la provincia. Pertenece a una línea de carga.
Botoneras hasta en el techo, palancas y pantallas, tres asientos
mullidos, pero angostos. En la cabina del Boeing 747 todo está a mano.
No hay espacio para desplazarse, salvo hacia la puerta. Sin embargo, eso
es suficiente para manejar una de las naves más grandes del mundo. Un
avión mítico. Terry Converse, uno de sus pilotos lo sabía y por
eso accedió a ofrecer una especie de "city tour" para LA GACETA. Es
miembro de la Fuerza Aérea norteamericana y piloto comercial.
Ya le habían comentado el revuelo que causaría la llegada de esa
mole voladora de dos pisos y 74 metros de largo, por eso no estaba
sorprendido. La de ayer fue la primera vez que uno de estos aterrizó en
la provincia; lo volverá a hacer el 31 de octubre. Arriba estaban sus
otros dos compañeros de tripulación: Carlos Detres y Michael Yatsko.
En el segundo piso, además de la cabina, está el baño y la cocina con café, frutas y unos snacks.
Le sigue una fila de dos asientos como de pasajeros y una puerta que
lleva a dos habitaciones para dormir por turnos. "Aquí no hay azafatas,
nosotros nos ponemos los delantales y servimos", bromeó Detres, en un
caribeño spanglish. Tampoco está la clásica escalera caracol que
comunica el bar con la primera clase, contó. Esto es porque se trata de
un avión de carga. Todo el primer piso es como un gran tinglado con
rieles por los que corren y se acomodan los pallets. Ayer los pasajeros eran 100 toneladas de arándonos frescos (de Tucumán y Salta) con destino a Miami y Los Ángeles.
"No es el aeropuerto más chico en el que aterrizamos -explicó
Converse- también lo hicimos en Manaos y Curitiba", dijo y eso cayó como
un consuelo.
Minutos antes, el jefe del aeropuerto, Marcelo Persia,
había contado que fueron dos meses intensos los que necesitaron para
cumplir con todos los requisitos que exige la llegada de un avión así:
estudios para el peso y la movilidad, los mejores horarios para operar,
entre otras cosas. A las 9.40 hizo el primer contacto con la torre de
control del aeropuerto Benjamín Matienzo, contó uno de los
controladores, Jaime Ballivian, y desde ahí les fueron informando
en inglés las condiciones para el descenso. Minutos antes de las 10 de
la mañana ya había aparecido en el cielo tucumano y cerca de las 10.15
tocó la pista.
Los curiosos que se acercaron hasta las rejas no podían más de la emoción. Mario
se había escapado del trabajo y confesaba que no estaba arrepentido
porque había logrado registrar un momento único. "¡Es el avión de las
películas!". Juan Eduardo, de 4 años, y Juan David, de 7, estaban con su abuela. Los chicos, fascinados, le hicieron prometer que los llevaría de vacaciones en uno de esos.
Como marca la tradición, un chorro de agua del camión de
bomberos mojó toda la nave a modo de bautismo. "Se lo hace cada vez que
un avión llega por primera vez", explicó Persia. También se lo hace
antes que despegue el primer vuelo con arándanos, agregó Fernando Martorell,
del área de Promoción de Exportaciones del IDEP y el coordinador de la
campaña de arándanos. Después del aterrizaje, ese fue uno de los
momentos más emocionantes. Los que habían podido subir a la terraza
estaban como locos sacando fotos.
Unos minutos antes, el avión había sido remolcado por un paymover
(camión) hasta la plataforma central donde se estaba comenzado a
preaprar la carga. Por sus caracterítiscas no puede circular por la
pista encendido. Dos horas y media tenían los operarios para subir las
100 toneladas de fruta; luego la nave partiría a EEUU, previa pasada por
Iquique para cargar más combustible. Fue una visita relámpago que
pasará a la historia.
La Gaceta
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